Cuando sufrimos estrés o cansancio mental somos más propensos tener despistes.
La vida cotidiana está llena de distracciones pequeños olvidos y meteduras de pata involuntarias.
Todo el mundo las sufre. No es tan raro olvidarse de coger las llaves. Hay quien se olvida incluso de acudir a una reunión importante, de llevarle un detalle su pareja por su cumpleaños, o de la fecha de su aniversario.
Estos despistes (no acordarnos de comprar un regalo, faltar a una cita) se producen normalmente por un fallo en la llamada memoria prospectiva, qué es la capacidad de acordarse no de los recuerdos pasados, sino de las intenciones futuras, de algo que debe ser realizado con posterioridad
La memoria prospectiva es un elemento clave a la hora de coordinar y controlar la mayoría de nuestras acciones cotidianas, cómo preparar la comida, sacar al perro, coger las llaves o el paraguas antes de salir de casa, acudir a una cita o tomar la medicación.
Este proceso mental, que nos permite planificar y organizar nuestro futuro, se asocia con el funcionamiento neurológico del córtex prefrontal, según los psicólogos Mark McDaniel, María Antonella Bradimonte y Gilles O. Einstein, autores de un estudio sobre la memoria prospectiva.
Por eso una lesión en esa zona del cerebro podría ser la causa de algunas distracciones y no pocos fallos memorísticos.
Con el jersey del revés y los calcetines desparejados.
Sin embargo, no hace falta sufrir ninguna anomalía física para que "se nos vaya la olla".
Los despistes se producen aunque el cerebro esté perfectamente sano y en general no tendría la menor importancia si no fuera por las consecuencias sociales que a veces traen consigo. Llevar los calcetines desparejados o el jersey del revés induce a la sonrisa y puede resultar hasta entrañable para los demás, pero la cosa cambia si nos olvidamos de una fecha señalada o de una cita ineludible. En este caso, el despistado será censurado por su falta de consideración.
Las personas de nuestro entorno difícilmente pasarán por alto distracciones garrafales o reiteradas que afecten a sus horarios y su organización cotidiana.
Por eso los expertos recomiendan usar agendas (las actuales electrónicas incluyen alarmas de aviso) o cualquier otro sistema que nos ayude a recordar las tareas, como cambiarse el anillo de dedo, hacerse un nudo en el pañuelo o ponerse el reloj en la otra muñeca. De hecho estas técnicas caseras de toda la vida son las más eficaces según los tres citados investigadores, que entre otras cosas analizaron el proceso que ocurre en nuestro cerebro cuando recurrimos a cambiar los objetos cotidianos de posición para tratar de recordar algo.
El reclamo, cuanto más llamativo más eficaz.
McDaniel, Bradimonte y Einstein encontraron que nuestra memoria archiva en el mismo compartimento el evento que queremos recordar (una cita) y la señal externa (pañuelo, anillo) que hemos activado para ello.
Cuando volvemos a visualizar la señal, el hipocampo recupera la información y la envía inmediatamente a la mente consciente.
Cuanto más llamativo sea el reclamo, más probabilidades hay de que funcione como recordatorio.
Claro que no todos los despistes se deben a fallos de memoria.
¿Qué debemos pensar de los lapsus y actos fallidos como la pérdida de un objeto o llamar a una novia por el nombre de una ex? ¿Casualidad? Para el psicoanálisis no hay olvidos inocentes; estos datos reflejan un material psíquico reprimido en nuestro inconsciente que trata de exteriorizarse.
Descuidar una tarea puede indicar un rechazo oculto a realizarla; romper un objeto o perderlo obedece a una secreta repugnancia hacia la persona de quien proviene; olvidarnos de pagar una factura tal vez indique un deseo de transgredir las normas o una manifestación del instinto infantil de posesión que la cultura y la educación no han logrado vencer totalmente; faltar a una cita amorosa puede detonar un rechazo inconfesado hacia la persona que nos espera. Según Freud, estos actos nunca son casuales.
De hecho, la novia plantada no aceptará como un olvido el plantón de su enamorado y se encargará de refrescarle la memoria: "hace un año te habrías acordado. Ya no me quieres como antes". Y probablemente estará en lo cierto.
¿Deseos ocultos o signos de agotamiento emocional?
Más allá de la explicación psicoanalítica, hay quien ve en los despistes un síntoma de falta de energía, de un estado cansino que ralentiza la capacidad de atención y la velocidad de reacción.
Para la psicóloga Isabel Menéndez, las distracciones son mensajes de agotamiento emocional y de estrés que nos envía la mente. Esta experta cree que lo que hacemos al cometer una equivocación es sustituir la acción prevista por otra que no estaba en nuestro programa consciente, sino en el inconsciente.
No debemos criticarnos por tener fallos, sino escuchar lo que el inconsciente trata de decirnos a través de ellos. Salir a la calle en zapatillas o llevar los calcetines desparejados le puede ocurrir a cualquiera, lo que cambia es la forma de asumirlo. Para Menéndez, las personas más tolerantes consigo mismas y menos rígidas en su mundo emocional suelen ser más despistadas, pero no se auto castigan por ello.
Tomarse bien los despistes significa que tenemos una buena relación con nuestro mundo interior y que nos aceptamos como somos.
Algunos olvidos tienen que ver con el proceso natural envejecimiento.
Desde luego, el cansancio tiene mucho que ver en todo esto.
Cuando la mente se ve saturada por estrés o sobrecarga de trabajo, empieza seleccionar lo que más le interesa (en este caso el trabajo que tenemos que sacar adelante) y olvida otras cosas en ese momento menos importantes, como las llaves, la comida o el cumpleaños de un amigo.
Sí, probablemente muchas distracciones tienen que ver con la prioridad quedamos a los asuntos, con nuestra escala de intereses, más que con la memoria.
Si un empleado eficiente se presenta una mañana en la oficina con un calcetín de cada color será considerado un tremendo despistado, pero no por ello una persona con mala memoria. "Probablemente en el momento de vestirse estaba pensando en otra cosa, seguramente un asunto prioritario para él en ese momento relacionado con el trabajo, mientras que los calcetines ocupaban el último lugar de su escala de valores" dice María Antonella Bradimonte, profesora de psicología del aprendizaje de la Universidad de Trieste y coautora del estudio mencionado al principio de este artículo.
Si su escala de valores fuera otra, tal vez habría llegado impecablemente vestido pero tarde, porque se había demorado arreglándose y habría perdido el autobús.
Es como si el depósito que hay en nuestra memoria con la cantidad de atención que podemos prestar a las cosas tuviera una capacidad limitada.
Por eso, por ejemplo, cuando aprendemos a conducir, nos resulta tan difícil manejar el volante a la vez que bajamos la ventanilla y miramos por el retrovisor. También cuando estamos en esa fase de enamoramiento que nos absorbe por completo o cuando nos implicamos en un trabajo que concentra todo nuestro interés, el depósito se queda en reserva o incluso se agota, llevándonos a cometer sonados despistes.
Las mentes más lúcidas también cometen dislates.
Algo parecido sucede con muchos sabios y genios artísticos, que se embeben de tal manera en sus inventos, creaciones y fórmulas que se les interesan por completo del resto del mundo.
La historia del arte y de la ciencia está llena de genios distraídos capaces de realizar los hallazgos más complejos a la vez de cometer los mayores disparates. Hay quien considera incluso que un punto de locura es una característica del genio creador.
Aristóteles se planteó qué ocurría con la salud mental de los talentos sobresalientes: "¿Porque todos aquellos que han sido eminentes en filosofía, política, poesía o artes son claramente temperamentos atrabiliario?".
Para el catedrático de Psiquiatría Francisco Alonso Fernández, autor del libro El talento creador "el genio es genio por su habilidad, talento y creatividad, pero con frecuencia deja mucho que desear en los parámetros del autocontrol, el equilibrio psíquico y la integración social". Así se explican esas descortesías y muestras de falta de interés por los asuntos mundanos de algunos hombres legendarios.
Por la mañana arrancamos con el piloto automático.
Pero aún hay otra clase de despistes que no tienen nada que ver con la memoria ni con la falta de atención, sino más bien con un fallo en los automatismos que rigen muchos de nuestros actos.
Son esas situaciones en las que por ejemplo abrimos la nevera para sacar un yogur y dejamos las gafas dentro, o cuando recién levantados ponemos espuma de afeitar en el cepillo de dientes en vez de pasta dentífrica. Es como si fallara el piloto automático que dirige nuestros gestos cotidianos o más bien como si sustituyéramos un automatismo por otro que no corresponden ese momento. Un ejemplo de este tipo de despiste es el conductor que se dirige en coche del trabajo su casa repitiendo la misma ruta durante años;
un día se ofrece a acercar a un compañero a su domicilio, para lo cual debe desviarse en un punto determinado del trayecto; sin embargo, al llegar al cruce en cuestión se olvida de su intención (torcer para llevar a su amigo) y sigue recto por su camino de todos los días. ¿Qué ha ocurrido? Sencillamente, que el automatismo inconsciente se ha impuesto sobre el propósito consciente.
El pollo, mejor en el horno que en el armario ropero.
¿Hay un momento en el cual los despistes dejan de ser normales para convertirse en patológicos? Si. Por ejemplo: supongamos que usted mete un pollo en el horno que debe hacerse durante una hora. Durante la espera, se activa en su mente una especie de relax psicológico que le hace estar pendiente e ir a echar un vistazo de vez en cuando. Si ha invitado a gente a comer, probablemente el control será más frecuente y las posibilidades de que se queme el asado son menores. Si estás solo, una llamada telefónica de un amigo puede distraerle y echar a perder su comida; la única consecuencia es que tendrá que hacerse un bocadillo.
Si en vez de meterlo en el horno lo mete en la nevera, el despiste es gordo pero no grave; puede deberse a una falta de interés por la comida o a una preocupación excesiva por otras cuestiones.
Ahora bien, si mete el pollo en el armario ropero y además está convencido de que ya se lo ha comido, debe empezar a inquietarse porque puede tratarse de una patología seria. De hecho enfermedades como el Alzheimer, la arterioesclerosis o los tumores cerebrales son el origen de despistes y olvidos tremendos.
Algunos tienen que ver simplemente con el proceso de envejecimiento. Por ejemplo, que una persona mayor olvida el apellido de un antiguo compañero de clase es normal, según el experto en aprendizaje Mark McDaniel, pues a medida que envejecemos las neuronas pierden parte de sus capacidades y se deterioran.
Ahora bien, si esa persona no recuerdo en absoluto la ruta que ha seguido a diario durante años para ir a trabajar, debería tomar nota y acudir al médico porque podría tratarse de Alzheimer.
Este tipo de despistes y otros aún más inquietantes pero que son perfectamente reales describe en sus libros el neurólogo estadounidense Oliver Sacks. Uno de sus pacientes, físicamente sano, confundía el zapato con el pie y a su mujer con un sombrero. También contaba casos de personas que tras sufrir un golpe o una herida en la cabeza eran capaces de reconocer los objetos, como una silla o una televisión, pero no recordaba en absoluto para qué servían.
Trucos para refrescar la memoria.
No existen remedios mágicos para impedir los pequeños olvidos y despistes cotidianos, y tampoco debemos alarmarnos por ellos, pero las siguientes medidas sí que nos pueden ayudar a combatirlos:
Ordenar y apuntar las tareas, citas, proyectos y fechas a recordar en una agenda de tipo convencional o electrónica.
En un momento puntual, cambiarse el anillo de dedo, el clásico nudo en el pañuelo o un cordel en el dedo suelen resultar eficaces.
Postergar todas aquellas tareas y compromisos que no sean estrictamente necesarios.
El estrés y el agotamiento psíquico se cuentan entre las causas principales de los despistes.
En el mercado existen diversos productos y fármacos para fortalecer la memoria, generalmente a base de azúcares y fosfatos. No son la panacea, pero pueden servir de ayuda suplementaria para la mente.
En la tercera edad, una dieta adecuada y ejercicio físico moderado, son claves para mantener a tono la mente y la memoria. Según el psicólogo norteamericano Marc McDaniel diversos estudios han demostrado que un nivel alto de colesterol bueno ayuda a prevenir el mal de Alzheimer. También es recomendable apuntarse a cursos, estudiar, estar mentalmente activo y esforzarse.
Fuente: Revista Muy Interesante, Luis Otero/Marina Castiñeira.
Gracias. :)
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